1º.-) Introducción:Con la derrota napoleónica, tras el Tratado de Valençay entre Napoleón y Fernando VII,
este recuperó el trono español. A principios de 1814, Fernando VII retornó a España entrando en contacto con
generales absolutistas como Elío y recibiendo el apoyo de un grupo de diputados absolutistas, que le presentaron el
llamado Manifiesto de los Persas, donde se defendía la monarquía absoluta y se pedía la derogación de la obra de las
Cortes de Cádiz. Comenzó una durísima persecución de liberales y afrancesados que provocó el exilio de varios miles
de españoles. Es el primer exilio político masivo de la historia contemporánea española.
2º.-)El sexenio absolutista (1814-1820): El Rey abolió la libertad de prensa y repuso la Inquisición que, en
seguida se pone manos a la obra con la retirada de cientos de publicaciones del período de la guerra. También
retornaron los jesuitas. La restauración del Antiguo Régimen, restableciendo los señoríos, la Inquisición y todas
las instituciones feudo-señoriales, supuso volver al antiguo sistema fiscal, lo que significaba que el Estado estaba en
bancarrota incapaz de pagar la deuda pública.
Desde la vuelta de Fernando VII, muchos militares que lucharon contra los franceses se opusieron a la restauración del
Antiguo Régimen y conspiraban por el restablecimiento de las leyes de Cádiz con la ayuda de las sociedades
patrióticas o la masonería. Algunos oficiales promovieron una serie de intentonas golpistas –los pronunciamientos-
para liquidar el absolutismo de Fernando VII y destinadas a poner en vigor la Constitución gaditana. Espoz y Mina en
Pamplona, Porlier en La Coruña y Lacy en Barcelona fracasaron; pero en 1820, el comandante Riego, al frente de un
ejército dispuesto para viajar a América a luchar contra los independentistas, logró arrastrar a numerosas guarniciones
y obligar a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812.
3º.-)El trienio constitucional (1820-1823):Desde el poder, los liberales eliminaron la Inquisición, impusieron
el sistema fiscal aprobado en Cádiz, suprimieron los señoríos, expulsaron a los jesuitas y confirmaron las leyes que
garantizaban los derechos y libertades de los ciudadanos.
La Iglesia fue la institución que más sufrió con el cambio de régimen al aprobar el gobierno la supresión de las
órdenes monacales y la desamortización de las tierras de los monasterios. Con la venta de las propiedades eclesiásticas
los liberales pretendían rebajar la deuda pública y ganarse la confianza de los gobiernos extranjeros y de los
acreedores españoles.
Con la libertad de opinión, nacieron numerosas tertulias y centros de debate, que, bajo la forma de sociedades
patrióticas, promovían los primeros periódicos en defensa del orden constitucional y esbozaban los futuros partidos
políticos. La aplicación de las reformas provocó enseguida la ruptura del bloque liberal en dos grupos de gran
trascendencia posterior, que representaban diferentes generaciones y filosofías políticas. De un lado, los hombres que
participaron en las Cortes de Cádiz, los «doceañistas», ahora moderados y, de otro, los jóvenes seguidores de Riego,
que se atribuían en exclusiva el triunfo de la revolución de 1820, los denominados exaltados. Los doceañistas querían
reformar la Constitución para restringir la plena soberanía del pueblo mediante un sufragio limitado y una cámara alta
en las Cortes. Por el contrario, los exaltados defendían el sufragio universal y unas Cortes de una sola cámara,
expresión de la soberanía nacional. De estos postulados arrancaría la fractura del liberalismo español y su división en
moderados y progresistas.
La oposición absolutista se manifestó en numerosas partidas armadas de voluntarios realistas, que contaban en
numerosas partidas armadas de voluntarios realistas, que contaban con el apoyo no disimulado de Fernando VII, a
quien se presenta como prisionero de los liberales. Alentada por amplios sectores de la Iglesia irritados con la política
anticlerical del gobierno, la insurrección ganó terreno en Navarra y Cataluña, donde la autoproclamada regencia de
Urgell declaraba nulo todo lo dispuesto desde 1820. La escalada contrarrevolucionaria radicalizó a los liberales, que
en el verano de 1822 forman un gobierno exaltado, dispuesto, enseguida a aplastar, con la ayuda del Ejército y la
Milicia Nacional, los focos de rebelión.
En trienio constitucional terminó cuando, por acuerdo del Congreso de Verona, en abril de 1823, un ejército francés,
respaldado por las potencias absolutistas de Europa y al mando del duque de Angulema –los llamados por los
reaccionarios Cien Mil Hijos de San Luis- entró en España con el fin de restablecer a Fernando VII en la plenitud de
su soberanía. Se cumplían así los principios de la Santa Alianza, que defendían el intervencionismo de las potencias
absolutistas para garantizar el legitimismo en los tronos europeos y el mantenimiento del absolutismo.
El duque de Angulema rescató en Cádiz al rey Fernando y lo repuso en su soberanía absoluta. Con las manos libres, el
rey invalidó, el primero de octubre, toda la legislación del trienio y puso fin a este segundo intento de revolución
liberal. Para respaldar el nuevo viraje absolutista, buena parte del ejército francés permanecería en España durante
cinco años.
4º.-)La década absolutista (1823-1833):Recuperado su poder, Fernando VII desató una durísima represión
sobre políticos, funcionarios, hombres de letras y oficiales liberales del ejército. Hubo una nueva corriente de
exiliados, sobre todo a Gran Bretaña. La nueva restauración absolutista de Fernando VII significó el restablecimiento
parcial del Antiguo Régimen, aunque, ahora, se mantuvieran algunas reformas del trienio. No fue restaurada la
Inquisición, aunque algunos obispos crearon unas Juntas de Fe con parecidas funciones. En su lugar surgió el Cuerpo
de Policía y, como brazo armado, los Voluntarios Realistas, que sustituían a la Milicia Nacional.
En 1823 se creó el Consejo de Ministros, órgano de consulta del monarca, en el que descansaba el poder ejecutivo.
Uno de los ministros más estables de los gabinetes fernandinos, López Ballesteros, reorganizó la Hacienda, estableció
el presupuesto anual del Estado y abordó el permanente problema de la deuda pública, agravado desde 1824 con la
pérdida del imperio americano.
La situación económica del país empeoró, en parte, cuando en 1824, con la batalla de Ayacucho, España perdió sus
posesiones continentales americanas, muy importantes en el comercio exterior español. A partir de ese año, se
iniciaron algunos pasos de reforma económica acuciado el país por la pérdida definitiva del mercado americano. Las
transformaciones impulsadas por los gobiernos de Fernando VII animaron a la iniciativa privada que montó la primera
siderurgia moderna en Marbella y mecanizó fábricas textiles en Cataluña, al tiempo que la Bolsa de Madrid abría sus
puertas. Pero continuaban los males profundos de la economía: escasa credibilidad del Estado respecto al pago de su
deuda, agricultura estancada, bandolerismo, desbarajuste de las diversas administraciones, pésima red de caminos y
carreteras.
Los sectores ultrarrealistas estaban descontentos por la supuesta blandura de Fernando VII con los liberales. Bessiéres
se sublevó en 1825 y fue fusilado, y a partir de 1826, se inició una nueva protesta expresada en un Manifiesto de los
Realistas Puros. En 1827 la rebelión de los realistas agraviados o malcontets, como ellos se llamaban, triunfó en
zonas rurales de Cataluña. Cuando Fernando VII llega a Barcelona, una vez sofocado el alzamiento, la burguesía le
manifiesta su apoyo. Otros levantamientos ultras en Navarra, norte de Castilla y La Mancha fueron castigados con
gran dureza. También hubo intentonas liberales fracasadas, lideradas por Espoz y Mina y Torrijos, este último fusilado
en 1831.
En los movimientos de 1827 comenzó a aparecer como candidato de los sectores más reaccionarios la figura de Carlos
María Isidro, hermano del rey y declaradamente absolutista. En 1829 murió sin descendencia la esposa de Fernando
VII: el sector reformista del Gobierno reaccionó rápidamente forzando un nuevo matrimonio del Rey con María
Cristina de Borbón, que le dio una hija, Isabel, a finales de 1830. Por otra parte, en ese año se produjo el triunfo de la
revolución liberal en Francia.
En este contexto, la cuestión de la sucesión del rey pasó a ser un asunto fundamental. Antes del nacimiento de Isabel,
su padre había hecho publicar una Pragmática Sanción, redactada en 1789, que restablecía la sucesión tradicional de
la monarquía hispana, permitiendo reinar a las mujeres. Esto excluía del trono a Carlos María Isidro y significaba un
triunfo de los círculos moderados y liberales encubiertos de la Corte que apoyaban a la reina María Cristina, con el fin
de promover una cierta apertura del régimen.
Los partidarios de Carlos, aprovechando la grave enfermedad del Rey, por medio del ministro Calomarde, obtuvieron,
en 1832, un nuevo documento en el que se derogaba la Pragmática Sanción. Pero, recuperado Fernando VII, confirmó
liberalismo y autorizó el retorno de los exiliados, al tiempo que suprimió el presupuesto de los voluntarios realistas.En septiembre de 1833 murió Fernando VII, y su viuda, María Cristina, heredó, en nombre de su hija Isabel, la Corona
de España.